Río Guadalquivir

Río Guadalquivir. Desembocadura
Río Guadalquivir. Desembocadura

Posiblemente nunca insistiremos bastante en el papel que el río Guadalquivir ha jugado históricamente -y juega en nuestros propios días- como agente definidor del espacio en el que se encuentra, como elemento moderador y modelador del paisaje de su geografía a lo largo de Andalucía, como verdadero elemento diseñador de los perfiles de las tierras de esta región, de los caracteres, usos, costumbres, economía y cultura de sus gentes, de los desempeños, actividades y faenas que han conformado la realidad económica, cotidiana, de quienes han morado desde la Antigüedad en sus tierras, playas, costas y lomas.

El río es, históricamente, tradicionalmente, puerta de Hispania y con ello de Europa, y ventana hacia África y América, habiendo amparado y potenciado la navegación por sus aguas, que es el mecanismo universal de contacto entre sociedades humanas distantes entre sí, desde la Antigüedad hasta nuestros días. El Guadalquivir es el “río-puerto” de la I Vuelta al Mundo, de las navegaciones oceánicas, de las grandes expediciones y viajes que abrieron el Mundo a una realidad nueva a caballo entre los siglos XV y XVI.

El río Guadalquivir, y en su desembocadura, Sanlúcar de Barrameda, son un verdadero “cosmódromo” de la Historia, de la Antigüedad, de la Edad Moderna, de la Era de los Descubrimientos. Si ya en época romana el río Baetis servía como una auténtica “lanzadera” para la exportación de las producciones agrarias de la región (y como espacio de acogida para las importaciones que llegaban a la misma, igualmente), en el tránsito entre la Edad Media y la Edad Moderna, a caballo entre los siglos XV y XVI, se producirían algunos de los acontecimientos que marcarían, de manera indudable, un cambio de rumbo en la Historia de la Humanidad, y el río alcanzaría un cénit histórico, de nuevo, como sucediera cientos de años antes, en época romana.

Entre esos avances y cambios históricos fundamentales del fin de la Edad Media podemos reseñar la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos, lo que modificaría para siempre el perfil de una parte de Europa, los Balcanes y el Oriente mediterráneo; otro hecho excepcional y definitivo a mencionar sería la invención de la imprenta por Gutenberg, lo que sucedió igualmente en la segunda mitad del siglo XV, lo que permitiría la extensión del conocimiento merced a la posibilidad de reproducir los textos, los libros, como nunca antes había sido posible (en cantidad y calidad), aumentando exponencialmente el volumen y peso del conocimiento al alcance de la sociedad europea de la época, y con ello la horizontalidad del saber.

Pero sin lugar a dudas, serían las exploraciones oceánicas las que marcarían el ritmo de esos cambios históricos, al permitir la definitiva ruptura de barreras y fronteras físicas y mentales para los europeos del momento: el mundo, de repente, se hizo mucho más grande, y Europa pudo conocer, gracias a los exploradores (esencialmente portugueses y castellanos), tierras desconocidas para la generalidad de los mortales del momento: las costas y el Sur de África, el Oriente africano, el Océano Índico, la India, el Sureste asiático, Japón y China (que dejaron de ser Cipango y Cathay, pasando de la “geografía mítica” a la “geografía racional” de los europeos), el Pacífico, y la esfericidad del Orbe.

Las primeras exploraciones impulsadas por la Corona de Castilla, motor de las mismas entre los reinos hispánicos, junto a Portugal, partirían en los primeros momentos desde distintos lugares; así, al almirante Cristóbal Colón lo veremos zarpar desde las costas del Golfo de Cádiz (de las actuales provincias de Huelva y Cádiz) en sus cuatro viajes, y encontraremos ya en estos primeros tanteos exploradores, tan decisivos, que Sanlúcar de Barrameda juega, no podía ser menos, un papel destacado en esos momentos; desde aquí partiría el tercer viaje colombino en 1498, y a las aguas de Sanlúcar volvería el almirante de su cuarto y último viaje, en noviembre de 1502.

Y desde esos primeros momentos, el papel de Sanlúcar de Barrameda como cabecera y punto de partida de los viajes de exploración no haría sino incrementarse y potenciarse, como probaría nítidamente la Expedición Magallanes-Elcano, que se acabaría de aprestar y se haría a la mar desde las orillas sanluqueñas y que culminaría, volviendo a Sanlúcar, entre 1519 y 1522 la Primera Vuelta al Mundo, de capital relevancia para la Historia de la Humanidad y la extensión y mejora del conocimiento sobre la Tierra.

Si hoy por hoy los grandes viajes son los espaciales, y sus cabeceras y puntos de partida llevan nombres como Baikonur o Cabo Cañaveral (entre otros), en el eje entre las Edades Media y Moderna los grandes viajes serían los oceánicos, como la I Circunnavegación del Globo terrestre, y podemos señalar sin temor a equivocarnos que el gran cosmódromo y punto de partida de los mismos es, precisamente, Sanlúcar de Barrameda: desde aquí el descubrimiento de la tierra firme americana, la fundación de grandes ciudades en el Nuevo Mundo (como Buenos Aires, Asunción, Montevideo…) o la Primera Circunnavegación de la Tierra. 

Sanlúcar y su territorio cuentan, a través de sus yacimientos arqueológicos, de su caserío urbano, de sus monumentos históricos y artísticos, la Historia de un abrazo singular y enorme: el abrazo entre las tierras, los hombres, la mar y el río, un abrazo hecho danza desde la Antigüedad hasta nuestros días, una danza cuyos pasos no son sino nuestra propia Historia como individuos y como grupo humano.

            Y estos momentos de expansión, de “globalización” del mundo en los que Sanlúcar de Barrameda tendría un total protagonismo, y en los que vemos forjarse y desarrollarse la Primera Circunnavegación de la Tierra, coinciden no casualmente con los inicios del reinado del César Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano, y Rey de las Españas, quien sería determinante para que la Circunnavegación se llevase a cabo, haciendo de la misma un proyecto de Estado y situando a Sanlúcar como su eje.

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